El Cuco ha muerto
- charlyzavala10
- 3 ene 2017
- 2 Min. de lectura

Fui un niño bueno. Me gustaba sacar buenas notas en el colegio, me portaba bien en los recreos y no hacía demasiados berrinches a mi mamá. Los justos y los necesarios. Crecí jugando a la “mancha”, a la escondida y a los juegos de videos. Me gustaba más batman que Supermán y estaba completamente seguro que nunca podría cansarme de correr y mirar dibujitos en la tele. Un niño bueno, estándar, común.
En mi caso, gracias a Dios, crecí junto a mi familia. La familia funciona, cuando funciona, como una especie de pararrayos protector de los sueños de la niñez ante las intenciones “boicoteadoras” del hostil sistema que nos ahoga. O por lo menos te ayuda a mantener viva esa llama de esperanza que los demás quieren apagar constantemente y obligarte a enterrarla diez metros bajo tierra.
Aunque nada de lo mucho que viví de felicidad pudo librarme de mi más grande miedo. No por ser un niño bueno iba a librarme de dejar de pensar aunque sea un día entero en el ser más despreciable y temido de mi niñez: el cuco.
El cuco era el enemigo de los niños (no hacía distinción entre niños buenos y malos, aunque estos últimos eran sus favoritos) y podía tomar infinidades de formas para asustarte. Además tenía el poder suficiente para raptarte y llevarte con él a su guarida secreta ultra tenebrosa. Era también conocido como el viejo de la bolsa, el coco, el duende, el fantasma. El cuco podía sorprenderte en la escuela, en el barrio, mientras dormías o atacarte en el lugar donde más nos duele: en los sueños.
Llegué a tenerle tanto miedo al cuco que me averigüé todos los lugares comunes en donde podía esconderse: debajo de la cama, en el baño, en la oscuridad, atrás de un árbol. Mis amigos de la escuela decían que la existencia del cuco era irreprochable, ya que hasta nuestros padres nos amenazaban con llamarlo si nos portábamos mal.
Entonces, todo se hizo más real. Menos encantador. Porque podíamos jugar, reírnos, soñar. Pero la presencia amenazadora del cuco arruinaba todo. El solo pensar que podía aparecerse de repente en nuestras vidas les quitó la libertad completa a nuestros sueños. Algunos decidieron soñar con mucha precaución y otros, decidieron ni siquiera soñar. No vaya ser que el cuco por fin aparezca.
Han pasado muchos años desde que dejé de tenerle miedo al cuco. Y la razón por la que dejé de temerle a un ser tan maligno y tenebroso es porque cuando ya no fui más un niño pude darme cuenta que el cuco no representaba ningún peligro para mi vida y es más, me di cuenta que el cuco no existía o en su defecto, desde el instante en que dejé de temerle, el cuco había muerto.
¿Por qué entonces, si ya soy grande elijo dejar de soñar por tenerle miedo a algo que no existe o que en su defecto, ha muerto?
Es tiempo de buscar una pala y cavar diez metros bajo tierra. Hay un error de procedimientos y hay que arreglarlo cuanto antes. El intercambio debe hacerse lo más pronto posible. Esto no puede seguir así. Debemos desenterrar nuestros sueños que estaban allá abajo y en su lugar, enterrar al cuco. Porque desde hace muchos años, el cuco ha muerto.
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