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El doble camiseta

  • David Zavala
  • 29 may 2016
  • 7 Min. de lectura

Que nadie diga que esta historia es plagiada, porque el amor nunca deja de ser. Y cuando nos enamoramos seguimos los mismos caminos alejados de la razón que nuestros antepasados, porque el amor solo tiene un solo camino, la felicidad eterna.

Quién iba a pensar que pasarían tantos años desde aquella tarde sabatina de mi niñez, en que escuchando a Jorge Barbieri por Nihuil en la radio portátil a pilas de mi viejo, mi corazón se tiñó de colores. Y no de cualquier color. Adopté los colores del fútbol y de un equipo. Y si, a los 9 años le juré amor eterno. Casi tan niño como para no saber lo que era el amor pero lo suficientemente lúcido para saber que ese deporte, el fútbol, iba a formar parte de las pasiones más importantes de mi vida. Y hasta hoy los colores de ese equipo que escuché relatar a Barbieri aquel sábado de otoño, para ser sincero no recuerdo muy bien si era otoño, al fin y al cabo solo tenía 9 años, fueron parte de mi corazón.

Jugaba el Tomba contra la Lepra. Godoy Cruz contra Independiente. El azul vs. El bodeguero. Pero yo no sabía quién era quien. Mi papá solo me hablaba de Palermo, de su flequillo teñido de amarillo y de Maradona. Y de Gatti y Rojitas y algún otro que vio. Me hablaba de Boca. Y yo escuchaba a Barbieri decir que el Tomba era más que la lepra, y a veces, como hacen los periodistas deportivos le iban diciendo de diferente manera. Entonces, en un momento del relato, yo pensé que Godoy Cruz jugaba contra el Tomba o el azul podía llegar a meterle un gol a Independiente.

Ante la desorientación que tenía, me hice un reto a mí mismo; me dije: Alejandro, el primero que haga un gol en el partido será el club del que vas a ser hincha para siempre. Y Barbieri cantó uno de Godoy Cruz. Cacho Cortez alabó al autor del gol. El problema fue cuando gritó el segundo del equipo azul y blanco, le dijo Tomba. Pero después dijo que iban 2-0. Objetivo cumplido: ahora sabía que el Tomba y Godoy Cruz eran el mismo equipo. Y no solo sabía eso, sino que a partir de ese momento yo era oficialmente hincha del Bodeguero. Además de Boca, claro.

Paréntesis para los amantes de los extremos. A los que no les gustan los grises. Los entiendo y hasta los banco: pero a mí me hicieron doble camiseta y no soy ningún cagón para negarlo. Ni para quedar bien con nadie. Además, el tiempo reafirmaría que al fútbol hay que sentirlo, y aveces, el ser doble camiseta te lo permite. Cierro paréntesis.

Ese día el Tomba le ganó a la lepra 2 a 0. Y a partir de ahí, comenzó mi amor por los del Gambarte. Me aprendí algunos apellidos y me empecé a bancar las gastadas de mis tíos Chacareros. El mayor, mi tío Rubén había jugado en San Martín y por éso, el sentimiento que tenía por el albirrojo lo llevaba muy a flor de piel. Encima andaban bien, inclusive la lepra andaba mejor que nosotros por aquel tiempo. Pero nunca me arrepentí de mi elección. Jugabamos por no descender, perdíamos los clásicos con San Martín por goleada, pero le ganamos a los amargos de Independiente. Después la lepra le ganaba a San Martín, aunque finalmente el León era quien jugaba los reducidos y la promoción, es decir, las cosas importantes de aquellos torneos de la B Nacional.

Así era mi fanatismo. Escuchando la radio los sábados en mi Las Heras natal. Sin poder ir a la cancha hasta los 12. Cuando mi papá me llevó a ver un Godoy Cruz-Ferro.

Recuerdo un jueves a la noche, bastante frío para mi gusto, salí del colegio y me encontré con mi papá para ir a ver a Godoy Cruz. Hicimos tiempo un par de horas en la plazoleta Marcos Burgos, que quedaba enfrente de la escuela, y después nos fuimos al Gambarte: jugábamos contra Huracán de Tres arroyos que dicho sea de paso nos clavó 4.

Aunque no todas eran malas. Tuvimos algunos triunfos importantes también, como los clásicos frente a Lepra, que siempre se los ganábamos. Como aquella tarde que decidió mis colores.

Mi pasión era genuina y más allá de esos pocos partidos no era necesario ir a la cancha. Por más que me moría de ganas de ir, pero no se basa todo en ir o no ir. En gritarle a la tele o sufrir atrás de un aparato de radio. El hincha es hincha y sufre igual. Es como decir que somos menos argentinos porque no nos tocó ir a luchar a Malvinas.

Yo era de Godoy Cruz. Y recuerdo un recreo en la General Las Heras escuchando en el patio de la escuela con el Emiliano, como Arsenal de Sarandí nos quitaba la ilusión de jugar en primera a través de 4 goles imposibles de remontar.

Los años siguientes, fueron determinantes para apagarme un poco mi amor por el bodeguero. Boca ganaba todo y mi papá festejaba conmigo las proezas del equipo de Bianchi, sumado a que mis amigos me decían que no podía ser de Godoy Cruz, yo tenía que ser de Huracán, que la gente se hace hincha del club de su barrio o de su departamento. Pero yo no quería. ¿Quién era ese tal Huracán? ¿Porque un pueblo entero alentaba a un equipo que no ganaba nada?

En el 2005 pasó algo muy raro. Por fin las malas habían terminado. El club al que elegí escuchando la radio un sábado cualquiera cuando niño, por fin levantaba cabeza. Y tocaba el cielo con las manos. Godoy Cruz, el viejo y glorioso expreso estaba en primera. Iba a jugar con los grandes. Pero siempre me importó mucho lo que decían los demás, y me acusaban de haberme subido a la caravana del éxito. Dejá de mentir, ahora son todos hinchas. ´Qué hablás Alejandro, si vos sos de Huracán, me gritaban mi amigos, inclusive mis tíos chacareros que sabían bien de mi elección, pero sangraban por la herida.

Aparte, ahora el Tomba era banca, y a mí, siempre pero siempre me va a gustar estar de lado del débil, del que viene de punto, del pobre. Del que no tiene nada.

Entonces por todo eso, o porque tal vez el amor no es igual al querer o no se siente solo por el azar o por una elección de niño decidí dejarlo así. El amor heredado por Boca podía suplantar a un amor elegido por mí.

Pero no. Todo cambió en los años siguientes. Comencé a ir seguidito a la cancha. Al Malvinas. A ver al Tomba en primera, pero por más extraño que parezca no sentía lo mismo que cuando lo escuchaba por radio. Es como si yo fuera al revés de todos. En vivo y en directo no tenía el mismo nerviosismo que antes, es más, me preparaba más para escucharlo por radio que cuando iba al Malvinas Argentinas a verlo. Cosas mías. Cosas raras, lo sé. Pero yo soy así, medio raro.

Durante años cruzando Las Heras con la camiseta del bodeguero debajo de la campera, caminando calladito por la Lisandro Moyano por más que hubiéramos metido 4, no diciendo nada referido a Godoy Cruz arriba del 60 y casi ni pisando calle Olascoaga entre Independencia y Zapata. Una vida muy sacrificada. ¿Para qué? o ¿por qué? Por elegir a otro club y no a Huracán. Por momentos empecé a pensar que hubiera sido mejor que aquella tarde Barbieri hubiera estado en la cancha del Globo. Y que cuando yo lo estaba escuchando cantara uno del Huracán y ya.

Bronca le tenía al Globo. Pero también admiración. La hinchada se juntaba cerca de la entrada a la cancha de ellos y cantaban todo el día. ¡No todo el partido, todo el día! Entonces, conocí algunos jugadores del HLH que vivían por la zona y en mi interior me dieron ganas de que les vaya bien. Por mis hermanos viste, que son todos de Huracán. Pobres. Que ganen algo, decía yo. Nosotros somos de primera y esas cosas. Pero la situación había cambiado mucho. Ya no le tenía bronca a Huracán sino que los entendía, y tal vez un poco los quería. Después de todo, eran el pueblo, el débil. El que no tiene plata y sobre todo, el equipo de mi familia y de donde yo era. La cabeza me daba vueltas con tantos razonamientos, pero yo aquella tarde cuando solo tenía 9 años había elegido amar a Godoy Cruz, no podía ser de otra manera. Yo no soy pecho frío para no sentir, ni para andar cambiándome de cuadro así como así. O quizás, debía dejar de ser pecho frío para empezar a sentir. Aparte, ¿Qué tendrá Huracán para que una multitud tenga tanta pasión por un equipo que no gana nada?

Hace poco lo supe. Y quien iba a pensar que pasarían tantos años para saberlo después de aquella tarde de sábado en que el destino me hizo cruzar con el fútbol. Jugaban el Globo contra la Lepra. Un amigo me pidió que lo acompañara a la cancha. Y como iba solo accedí. A diferencia de aquella tarde del relato de Barbieri, fue el azul quien ganó. Pero mi elección no fue con la cabeza, ni con la suerte, ni con el mejor postor. Fue con el corazón. La popular norte vibraba, se movía. La hinchada de Las Heras, de mi departamento, el olvidado, el menospreciado, el adoptado como el patio trasero de la provincia, ahora estaba armando una fiesta formidable a puro canto y dando una verdadera lección de pasión. Y vine a encontrarme en el medio del partido, ¡en que si me importaba que el globito perdiera! ¡en que si quería que ganara! De repente me agarraba la cabeza cuando el Globo se perdía un gol y sufrí con los dos de la Lepra. Entonces lo supe. Yo era de Huracán y no de Godoy Cruz. Porque por más que quería seguir siendo del Tomba mis acciones y mi corazón decían que no, que era del globo.

Que me perdonen los hinchas del Tomba, sé que a partir de ahora seré un traidor para ustedes. Pero la verdad es que no es así. Simplemente, hay un momento en la vida en que el corazón te pide precisamente eso: que dejes de traicionarlo. Quien te dice que aquella tarde cuando solo era un niño yo ya era un poquito hincha del Globo. Solo que yo no lo sabía.

¿Y que si mi historia sirve para reivindicar a los “dobles camisetas” que yacen sumergidos en la oscuridad de sus sentimientos y no pueden divulgarlo por temor a la inquisición fútbolera? Yo me había transformado en un doble camiseta, pero la sensación era buena. O tal vez empezaba a dejar serlo, y a partir de ahora solo seguiría al verdadero.

Entonces, llegué a la conclusión de que el amor sí es una elección; pero no se toma con la mente ni con el azar, sino con el corazón.

 
 
 

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